Todo va según estaba estipulado. El más puro presentimiento se va cumpliendo a la perfección como si de una predicción se tratara.
La Suerte, el Azar y la Fortuna mueren para siempre ante tal evidente destino.
Cambian entonces los versos susurrados a mis párpados por el ahorcado. Ya no hay que implorar perdón. Resignarnos es lo que nos queda.
Ya no latirá nunca más nuestro corazón al ritmo de su valse nupcial. Solo latirán las campanas del juicio final.
Y en ese momento se cumplirá el fin de esta macabra pero bella historia; cuando hallemos al fin la felicidad y el éxito, morirá a su vez toda ilusión de futuro, y este perderá su sentido de existir.
Y desaparecerá con él cada una de las sombras que velaron el árbol del ahorcado despertando al eterno huésped destruyendo así todo vestigio de arte.
Justo en este momento terminará todo
y ya no habrán sombras que nos definan.
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