Mi guerra al fin estalló. Y en plena consciencia llegué a pensar que los destellos de mis rayos harían enmudecer a cualquier trueno que osara contradecir a cada uno de mis pensamientos.
Pero ante cada un de sus réplicas empecé a temer el poder de mi más antiguo enemigo desterrado.
Él encontró una brecha de acceso a mi mundo. Permanecía restringida por el tiempo y la energía, hasta que mis párpados se rendían ante la gravedad y los fotogramas del subconsciente se presentaban entre mis párpados i mis retinas. Y entonces iniciaba su ofensiva justo en el momento en el que me encontraba más inofensivo y vulnerable: en el Reino de Morfeo.
Al recobrar todo halo de voluntad la brecha se cerraba derrotando a mi subconsciente en esa batalla traicionera. Más con el tiempo mis truenos encontraron otros accesos.
Centrándose en lo único que me liberaba del tormento de mi guerra interna, consiguieron penetrar de forma aparentemente neutral en ella. Aparentando inofensividad me condujeron a cometer actos que casi me llevan inevitablemente hacia la destrucción total.
¿Puede un trueno desear con odio la destrucción del rayo? ¿Puede la obra anhelar la muerte de su propio autor?
Parece ser el mayor anhelo que mi sombra haya deseado desde que empecó a nacer.
El canto del ahorcado, que cambió su copla, se repite de nuevo entre el ajetreo del mundo real y la calma irracional de mi mente:
"El artista perdió la musa del Destino.
Ella murió, y una parte del artista se fue con ella.
¿Qué esperabas, si hasta en sueños persigues a la Muerte?"
Quizás encontré mi sombra.
Quizás ella su luz.
Y ante tal simple y dificil acertijo, la Muerte apareció más viva que nunca.
Seguirá mi guerra. Hasta que un fin definitivo, al fin, llegue.